Escrito por José María Marco.

Rescato este escrito de Jose María Marco, como diría hace años el ABC, por su interés :

"El Partido Popular es un partido político de centro derecha fundado, o refundado, en 1989. Ese año su directo predecesor, Alianza Popular, cambió de nombre y de liderazgo. También incorporó definitivamente, además de muchas personas procedentes de la extinta Unión de Centro Democrático, el legado del que había sido el principal protagonista de la Transición española. Formalmente es por tanto un partido muy reciente, de entre los más jóvenes de la democracia española. En principio carece de la larga tradición de otras organizaciones políticas como el Partido Nacionalista Vasco o el Partido Socialista Obrero Español.

Si por ideología se entiende un esquema rígido de ideas que se aplica a la realidad con la intención de adaptar y cambiar ésta, el Partido Popular carece de ideología. En cambio, si se define la ideología como un conjunto de principios que permite ordenar y dar sentido a la propia conducta, el Partido Popular ha ido elaborando a lo largo de estos años un núcleo ideológico bastante consistente que han ido encontrando su expresión, más que en elaboraciones teóricas, en textos programáticos, propuestas de partido o declaraciones de sus líderes.

La ausencia de una ideología esclerotizada distingue al Partido Popular de los demás partidos españoles. A diferencia de lo que ocurre con los partidos nacionalistas de nuevo o viejo cuño, el Partido Popular no tiene la pretensión de moldear la realidad española actual en virtud de unos supuestos derechos colectivos históricos, o de una identidad nacional de la cual los partidos nacionalistas se consideran los únicos representantes autorizados. Y a diferencia del Partido Socialista, no arrastra el peso de una ideología fracasada.

El Partido Popular no ha tenido que romper con una señas previas de identidad ideológica y en su proceso de formación, primero como Alianza Popular y luego con su nombre actual, ha podido reivindicar legítimamente, y sin forzar demasiado la interpretación histórica, las dos grandes tradiciones ideológicas occidentales que gobernaron España hasta la gran crisis de principios de siglo XX, conservadurismo y liberalismo.

En cuanto al ideario conservador, la tarea parecía particularmente difícil por la peculiar historia del siglo XX español. El conservadurismo pone el acento en la continuidad de la tradición, en la vigencia del legado recibido y en la prudencia a la hora de reformarlo. La situación de un partido de derecha o de centro derecha en la España de la Transición hacía casi imposible esta actitud. Tras la muerte de Franco quedaba poco por conservar del régimen anterior y aunque prevaleció la moderación y la reforma sobre la ruptura preconizada por la izquierda, los principios mismos en los que se basa el conservadurismo se encontraron al aire, sin raíces con los que nutrirse.

Manuel Fraga, el líder de Alianza Popular, intentó la empresa de revitalizar la tradición conservadora española más allá del pasado inmediato. Lo hizo en estudios como "El pensamiento conservador español", un esfuerzo importante por sacar a la luz la corriente ideológica que en su vertiente liberal creó el Estado español tal como lo hemos conocido hasta ahora, por lo menos en sus grandes líneas. Aun así, el nuevo conservadurismo español que empezó a fraguar después de la Transición adoptó, como era inevitable, formas propias.

A partir del paso del régimen autoritario a la Monarquía parlamentaria, uno de los elementos que necesariamente había que conservar era lo que se ha llamado el espíritu de la Transición. Lo que la Transición tenía de corte con el pasado reciente lo tenía también de recuperación de una actitud que había prevalecido en España hasta 1923: consenso constitucional, capacidad de diálogo, disposición a la negociación y a la alternancia política. Los conservadores reformistas que hicieron posible la Transición, en particular Torcuato Fernández Miranda, supieron dar forma jurídica a esta mentalidad que parecía perdida en la España del siglo XX. Así se pudo conservar buena parte de la estructura del Estado liberal que el régimen de Franco no había destruido e incluso había contribuido a modernizar con las grandes reformas jurídico-administrativas y económicas de finales de los años 50 y principios de los 60. Luego Adolfo Suárez y los Gobiernos de UCD hicieron suya esta actitud que se basa en el reconocimiento explícito y sin reservas mentales de la legitimidad de las posiciones políticas diferentes de las propias.

Si el espíritu de la Transición, a través de UCD (y AP) pasa al Partido Popular, es lógico que también se transmitiera el respeto al fruto de esa disposición, que es la Constitución de 1978. Aunque la Constitución del 78 sea un texto en más de un sentido inacabado, que establece más los procedimientos para la creación del moderno Estado español que la conformación definitiva de este, y por mucho que en su momento la derecha española manifestara fuertes reticencias ante algunos aspectos del texto, en particular el Título VIII, la defensa de la Constitución del 78 se ha convertido en una de las señas de identidad del Partido Popular. Lo es más aún desde que el PSOE ha abandonado recientemente la defensa de una Constitución que ya no considera suya. En el País Vasco, bajo la acoso del terror nacionalista, ha ido surgiendo un neo constitucionalismo que está reinterpretando el texto constitucional en clave de derechos y deberes cívicos. Recoge así algunos aspectos (ciudadanía, compromiso personal, participación, etc.) propias del republicanismo.

Si se combinan la reivindicación del legado de la Transición y la defensa de la Constitución del 78, en el Partido Popular se ha ido configurando un conservadurismo democrático que ha tenido una fuerte vitalidad en otros países –particularmente en Gran Bretaña- y que en el nuestro se puede rastrear en el “gobierno largo” de Antonio Maura entre 1907 y 1909 y en la Confederación Española de Derechas Autónomas de Gil Robles entre 1933 y 1936. Las dos experiencias fueron saboteadas por una izquierda desleal a los principios democráticos, e incapaz de aceptar que su adversario político pudiera permanecer en el Gobierno con el respaldo de la mayoría del electorado.

La continuidad ideológica propuesta por Fraga no cuajó, aunque sí tuvo efectos a largo plazo la voluntad de crear una organización verdaderamente popular, interclasista y con arraigo en el conjunto del territorio nacional. Por su parte, el conservadurismo que acabó prevaleciendo en el PP tenía rasgos juveniles. Lo encarnaron personas que por su edad no pudieron participar en la Transición. Procedían de todo el espectro ideológico. Había jóvenes de derechas que continuaban la tradición familiar y bastantes neoconservadores en sentido estricto, es decir procedentes de la izquierda, a veces de la más extrema. De esta paradoja también existen precedentes en la historia de España, como cuando el grupo centrista del Partido Conservador, los jóvenes “puritanos”, algunos de ellos también procedentes de la izquierda –entonces el Partido Liberal- propugnaron el respeto a la Constitución de 1837 en vez de abrir un nuevo proceso constitucional que daría lugar a la más conservadora de 1845.

En contra de lo que constituye una de las características del ideario conservador, el Partido Popular se ha abstenido hasta ahora de preconizar para la sociedad española un consenso que vaya más allá de lo político y la aplicación de la ley, y se ha abstenido casi siempre en el debate ideológico. Por ejemplo, un elemento tan básico en la cohesión y la continuidad de la nación como es el patriotismo –valor conservador por excelencia- ha sido puesto en sordina por el Partido Popular, aun cuando no haya dudado en enfrentarse a los nacionalismos. José María Aznar ha preferido con frecuencia hablar de “recuperación de la ilusión colectiva y de la confianza de los españoles”. El Partido Popular también ha evitado la discusión en cuanto a la religión y las costumbres. Lo ha hecho incluso cuando ha tomado medidas que favorecían a la Iglesia católica (como la implantación de la asignatura de Religión en el bachillerato) o que pretendían defender a la familia (la negativa a legislar sobre contratos civiles para parejas del mismo sexo). La voluntad de restaurar un currículo nacional en la enseñanza secundaria no fue acompañada de la correspondiente –y necesaria- ofensiva ideológica.

El Partido Popular se ha enfrentado sin duda a grandes dificultades en este aspecto. El cambio de valores de la sociedad española ha sido vertiginoso, habiendo pasado en muy pocos años de ser uno de los países más tradicionales a uno de los más adeptos a cualquier novedad, aceptada sin apenas discusión. Resulta complicado articular una propuesta de consenso moral, o un ideario conservador, en una sociedad sometida a un cambio tan rápido y tan gigantesco. Por otro lado, el Partido Popular se propuso abarcar el conjunto del electorado español ajeno a la izquierda, desde la derecha más tradicional hasta la franja centrista, sin excluir a los decepcionados por el socialismo. No era fácil dar expresión ideológica a tanta variedad. Finalmente, la incapacidad para alcanzar una mayoría absoluta en 1996 y la necesidad de contar con apoyos de los partidos nacionalistas para gobernar contribuyó también a aplazar una definición ideológica y moral más precisa.

Este conjunto de problemas, además de la presencia en el Partido Popular de centristas pragmáticos de la etapa de UCD y del inevitable oportunismo propio de toda organización política llevó al Partido Popular acogerse a fórmulas imprecisas y poco comprometedoras. Lo que tal vez ganó en respaldo electoral lo perdió en capacidad de convicción, como cuando el Gobierno adoptó decisiones tan polémicas como el apoyo a Estados Unidos en la intervención en Irak.

La fórmula bajo la que ese expresó esta ideología del PP ha sido la de “centro reformista”. Presidió, bajo el slogan “Centrados por la libertad”, el Congreso sevillano de la refundación celebrado poco después de la caída del Muro de Berlín. Allí la organización alcanzó una nueva cohesión organizativa, muy distinta de la estructura laxa y un poco anárquica que lo caracterizaba hasta ahí y elaboró una propuesta ideológica propia, lejos de las múltiples variedades (en particular demócrata cristianas y liberales) que habían competido por el control ideológico del partido.

El conservadurismo como tal está ausente de los documentos políticos en los que se plasma el ideario de “centro reformista”, en particular los redactados en el XIII Congreso Nacional de enero de 1999. Predomina la referencia a la persona, a la dignidad radical del ser humano y a las libertades y los derechos, así como la insistencia en valores como la solidaridad, la cohesión y la integración, con una abundante presencia de los términos “sociedad” y “social”, incluida la expresión “sociedad del bienestar” en sustitución del “Estado de bienestar” tan propio del conservadurismo y de la socialdemocracia.

Son conceptos similares a los utilizados en los textos de la Tercera Vía propugnada por el Nuevo Laborismo de Tony Blair. El Partido Popular y el Nuevo Laborismo se propusieron continuar la reforma de las rígidas estructuras sociales heredadas. Curiosamente, allí donde los laboristas insisten en valores morales como la responsabilidad y la autonomía, los populares recurren con más frecuencia a la defensa de los grandes avances sociales (pensiones garantizadas, sanidad universal, enseñanza pública). En algunos momentos, los textos presentan algunos elementos propios de la democracia cristiana, con una intensa sensibilidad antitotalitaria.

Tony Blair afirmó que la gran tragedia de la izquierda del siglo XX fue haber perdido contacto con la tradición liberal. En el Partido Popular el liberalismo ha jugado un papel importante, más allá de la retórica e incluso de la oportunidad. José María Aznar se empeñó en superponer a la tradición conservadora –no siempre explícita- del partido, la recuperación del liberalismo clásico. La definición de “centro reformista”, desde esta perspectiva, no implica una forma española de Tercera Vía a la inglesa o a la cristiana de León XIII, es decir una propuesta equidistante o sintética entre el socialismo y el capitalismo. Por el contrario, Aznar siempre ha insistido en que la economía de mercado había triunfado sobre el socialismo y los experimentos de ingeniería social del siglo XX. Ideológicamente, el “centro reformista” es por tanto, más que otra cosa, un intento de síntesis entre conservadurismo y liberalismo.

En cuanto a la búsqueda de antecedentes históricos, el neo liberalismo del Partido Popular no quiere romper con el intento de recuperación del conservadurismo español patrocinado por Fraga. De hecho, lo prolongará en los años 90 por la reivindicación del legado de una de las épocas más injustamente tratadas de la historia de España, como es la Restauración. Ahora bien, lo que el Partido Popular reivindica con esta recuperación es el conservadurismo liberal de un régimen y unos partidos que supieron acomodarse a las exigencias de diálogo impuestas por la Monarquía liberal. En cambio, el Partido Popular no se ha interesado tanto por el reinado de Isabel II, el período auténticamente liberal de la historia de España, que escenifica con contrastes muy marcados –aunque se puedan encontrar zonas comunes- las diferencias entre liberales y conservadores.

La preferencia por la Restauración sobre el reinado isabelino revela, de modo tal vez inconsciente, ese conservadurismo no siempre confesado del Partido Popular. Lo compensa la creación en 1989 de la Fundación para el Análisis de los Estudios Sociales, a cargo del círculo político e ideológico más próximo a José María Aznar. Inspirada en los think tanks anglosajones, FAES tuvo tanto de empresa de puesta en circulación de ideas como de verdadero taller de creación de ideología o de estudios. Sirvió de contrapeso a la Fundación Cánovas del Castillo, heredada de Fraga, e hizo del liberalismo –encarnado en pensadores como Hayek, Popper y Aron, así como en políticos como Reagan y Thatcher- una de las señas de identidad del nuevo Partido Popular. La adscripción liberal de esta nueva generación del Partido Popular, en algunos casos muy militante desde los primeros escarceos políticos estudiantiles, confluye con una tradición de pensamiento y política económica que venía de mucho antes, desde principios de los años 60, de cuando las reformas que condujeron a la ruptura definitiva con el modelo autárquico, a la apertura del mercado español y a la estabilización de la economía española. La confianza en la economía de mercado y en la libertad de los agentes económicos, así como la seguridad de que el menor peso del Estado favorece la creación de riqueza inspiraron la acción de Gobierno de José María Aznar a su paso por la Junta de Castilla y León y luego, tras la victoria electoral del Partido Popular en 1996, en el Gobierno de la nación.

A pesar de su templanza y moderación este liberalismo económico del Partido Popular llevó al primer Gobierno de Aznar a acometer las reformas que desembocaron en la entrada en el euro en el grupo de cabeza y a un período de crecimiento espectacular entre 1996 y 2004. Del espíritu de la Transición hereda la voluntad de consenso con los sindicatos y otros agentes económicos, tan distinta de la actitud de ruptura propia de conservadores como Margaret Thatcher, invocada sin embargo como un modelo. Del espíritu tecnócrata de finales de los años 50 y 60 –el que inspiró al grupo de economistas y juristas que propiciaron el otro gran período de crecimiento económico de la España se la segunda mitad del siglo XX-, el Partido Popular hereda, por otra parte, la dificultad para expresar este liberalismo económico con argumentos más consistentes y de mayor amplitud.

Por una parte, como el liberalismo postula la neutralidad del Estado en cuanto a la moralidad, el Partido Popular podrá invocar esta neutralidad para abstenerse de tomar posiciones en asuntos polémicos, particularmente aquellos en los que las ideas y las creencias de una parte importante de sus afiliados y su electorado chocan sin remedio con la evolución de la sociedad española. Por otra parte, la herencia tecnócrata conduce a los cuadros del Partido Popular a adoptar una cierta actitud de minoría ilustrada, con lo que se han venido ahorrando la pedagogía acerca de las medidas adoptadas.

Si se combina la pervivencia de este abstencionismo tecnócrata con la impregnación cristiana, encontraremos la raíz de ese leit motiv de los textos ideológicos y programáticos del Partido Popular, que es la relación automática –casi un tic lingüístico- entre “prosperidad” y “bienestar”, como si sólo este justificara plenamente la primera. Son tendencias ideológicas y actitudes contradictorias, pero que aun así han dado forma y expresión pública al ideario del Partido Popular.

Sobre este trasfondo que define las grandes líneas ideológicas que caracterizan al Partido Popular, cuatro grandes temas han caracterizado la acción y el ideario popular.

El primero es la defensa de la unidad y la continuidad de España, como nación moderna cuyos ciudadanos son sujetos de derechos y obligaciones, como sociedad democrática que requiere un alto grado de solidaridad y de cohesión entre los individuos, los grupos y los territorios que la forman, y también como nación (en sentido más tradicional) que ha elaborado a lo largo de muchos siglos una identidad que no excluye la pluralidad de lenguas, costumbres e incluso formas políticas. La defensa de la Constitución de 1978 es la expresión política actual de una nación formada a lo largo de muchos siglos de historia común, con un sentido inteligible al que el proyecto del Partido Popular quiere seguir siendo fiel. Eso no ha excluido que en ciertas Comunidades Autónomas con especial conciencia de poseer una tradición propia (Navarra, Galicia, Valencia), el Partido Popular no haya incorporado algunos elementos particularistas o regionalistas. Como ha ocurrido en el caso de la Constitución de 1978, el Partido Popular se ha quedado solo en la defensa de la unidad y la continuidad de la nación española. Eso no le ha convertido en un partido nacionalista español.

El segundo gran tema característico del Partido Popular es su peculiar europeísmo. El Partido Popular comparte con el PSOE la voluntad de profundizar la integración y la equiparación de España con las naciones más desarrolladas de la Unión Europea. Le distingue, primero, la firme defensa de la vigencia de los actuales Estados nación y la de los intereses nacionales –que considera compatible e incluso necesaria para la existencia de unas instituciones europeas respetadas- y, segundo, la voluntad de ejercer un papel de liderazgo en la Unión, fuera de la subordinación al eje franco alemán al que la política de los Gobiernos socialistas nos ha abocado siempre.

El Partido Popular tomó la iniciativa a la hora de ampliar el Partido Popular Europeo, se adelantó hacia posiciones de liderazgo entre los países de reciente incorporación a la Unión y trabó una alianza informal con la Gran Bretaña de Blair, que propuso algunas reformas de las esclerotizadas economías europeas.

El europeísmo del Partido Popular va matizado por un tercer motivo, el atlantismo. Este surge de una reflexión sobre el sentido de la historia de España, que alcanzó sus momentos más gloriosos como potencia atlántica. La inflexión de la política exterior norteamericana tras los atentados del 11S ofreció a José María Aznar la oportunidad de devolver a España al lugar que le debería corresponder como uno de los países más ricos del mundo. La renovada relación con los países latinoamericanos, aparte de sus características propias, debe entenderse también en el marco del atlantismo.

Finalmente, hay que insistir en la importancia que la libertad económica tiene para el Partido Popular. Es al mismo tiempo el fundamento de la prosperidad de un país y la condición indispensable para mantener la solidaridad y la cohesión interna que, según el ideario del Partido Popular, son elementos básicos de las democracias modernas.

Mariano Rajoy no ha tenido todavía tiempo de introducir cambios sustanciales en este ideario, heredado de la etapa de José María Aznar. No parece probable que haya cambios sustanciales. Así lo corroboran las decisiones de estos últimos meses, desde el apoyo el Tratado Constitucional europeo a pesar de la pérdida de poder de España, la negativa a la negociación con los terroristas y la firme defensa en solitario de la defensa de la Constitución de 1978 y de la unidad de la nación española.

El Partido Popular de Mariano Rajoy se enfrenta sin embargo a la necesidad de aclarar y dotar de contenido a una serie de propuestas de índole moral y cívico que quedaron sin desarrollar en los años de José María Aznar. Es una tarea difícil, porque corre el riesgo de fragmentar al Partido Popular, pero es indispensable para que el Partido Popular recupere el liderazgo".

No hay comentarios:

Publicar un comentario