Escrito por Roberto Saviano en "Gomorra" :
“Pasquale y yo nos hicimos muy amigos. Cuando hablaba de los tejidos, parecía un profeta. En las tiendas era puntilloso a más no poder; era imposible pasear con él: se plantaba delante de todos los escaparates para criticar el corte de una chaqueta, o para sentir vergüenza ajena por el diseño de una falda. Era capaz de prever la duración de la vida de unos pantalones, de una chaqueta, de un vestido. El número exacto de lavadas que soportarían esos tejidos antes de estropearse. Pasquale me inició en el complicado mundo de los tejidos.
Había empezado también a ir a su casa. Su familia, sus tres hijos y su mujer me transmitían su alegría. Estaban siempre moviéndose, pero no de un modo frenético. Aquella noche los niños más pequeños también corrían por la casa descalzos. Pero sin alborotar. Pasquale había encendido el televisor y, mientras cambiaba de un canal a otro, se había quedado inmóvil delante de la pantalla, con los ojos fruncidos como un miope pese a que veía de maravilla. Nadie estaba hablando, pero el silencio pareció hacerse más denso. Luisa, su mujer, intuyó algo, porque se acercó al televisor y se llevó las manos a la boca, como cuando se presencia un suceso grave y se ahoga un grito. En la televisión, Angelina Jolie recorría la alfombra de la noche de los Oscar con un traje de chaqueta de raso blanco precioso. Uno de esos hechos a medida, de esos que los diseñadores italianos, disputándoselas, regalan a las estrellas. Ese vestido lo había confeccionado Pasquale en una fábrica clandestina de Arzano. Solo le habían dicho: "Este va a América". Pasquale había hecho cientos de vestidos que habían ido a Estados Unidos. Recordaba perfectamente aquel traje sastre blanco. Todavía recordaba las medidas, todas las medidas. El corte del escote, los milímetros de las muñecas. Y el pantalón. Había pasado las manos por las perneras y todavía recordaba el cuerpo desnudo que todos los modistos imaginan. Un desnudo sin erotismo, dibujado en sus fibras musculares, en sus huesos de porcelana. Un desnudo para vestirlo, una mediación entre músculo, hueso y porte. Había ido a buscar la tela al puerto, aquel día aún lo recordaba perfectamente. Le habían encargado tres vestidos, sin decirle nada más. Sabían a quién estaban destinados, pero nadie le había informado".
Claro que también escribe :
"Pascuale salió de casa sin preocuparse siquiera de cerrar la puerta. Luisa sabía adonde iba, sabía que iría a Secondigliano y sabía a quién iba a ver. Se dejó caer sobre el sofá y hundió la cabeza en el cojín, como una niña. No sé por qué, pero cuando Luisa se puso a llorar me vinieron a la mente unos versos de Vittorio Bodini. Un poema que hablaba de las estratagemas que empleaban los campesinos del sur para no ser llevados a filas, para no llenar las trincheras de la Primera Guerra Mundial, en defensa de fronteras cuya existencia desconocían. Decía así :
En la época de la otra guerra campesinos y contravandistas / se ponían hojas de Xanti-Yaca bajo las axilas / para caer enfermos. / Las fiebres artificiales, la presunta malaria / que les hacía tembrar y castañear los dientes, / eran su juicio / sobre los gobiernos y la historia.
El llanto de Luisa me pareció también un juicio sobre el gobierno y sobre la historia. No un desahogo. No un disgusto por una satisfacción no celebrada. Me pareció un capítulo corregido de "El Capital" de Marx, un párrafo de "La riqueza de las naciones" de Adam Smith, un fragmento de la "Teoría general de la ocupación, el interés y el dinero" de John Maynard Keynes, una nota de "La ética protestante y el espíritu del capitalismo" de Max Weber. Una página añadida o suprimida. Olvidada de escribir o quizá continuamente escrita, aunque no en el espacio de la página. No era un acto desesperado sino un análisis. Severo, detallado, preciso, argumentado. Me imaginaba a Pascuale por la calle, golpeando los pies contra el suelo como cuando te quitas la nieve de las botas. Como un niño que se asombra de que la vida deba ser tan dolorosa. Hasta entonces había salido adelante. Había conseguido reprimirse, ejercer su oficio, querer ejercerlo. Y hacerlo mejor que nadie. Pero en aquel momento, cuando vio aquel traje, aquel cuerpo moviéndose dentro de la tela que él había acariciado, se sintió solo. Solísimo. Porque cuando alguien experimenta una cosa solo en el perímetro de su propia carne y de su propio cráneo es como si no la supiera. Y por lo tanto, cuando el trabajo solo sirve para mantenerse a flote, para sobrevivir, solo para uno mismo, entonces es la peor de las soledades".
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