El partido local, en aquel entonces, además de dividido y enfrentado, era muy pequeño, era muy poca cosa.
Había una sede, pues no se sabía bien si era del Partido, del Grupo Municipal o de Carmelo ; había un coche, lo mismo ; se disponía de una plaza de garaje en la propia sede, lo mismo ; había una televisión, lo mismo ; había una nevera en la cantina, mesas y sillas en las salas, lo mismo.
En broma, cada vez que tomábamos una coca-cola en la cantina de la sede le preguntábamos al que nos la servía si era auténtica o de garrafón, y si era de lo segundo si habían sido rellenados los cascos por él o por el propio Carmelo.
Ya digo, más que un partido de militantes, era el chiringuito de Carmelo.
Así, se hizo popular el dicho "Las cosas de Carmelo", en referencia, por un lado, a sus ocurrencias para mantenerse contra todo en la poltrona y, por otro, a que posiblemente los contratos de alquiler y los de propiedad de cuanto se manejaba en el Partido estuvieran a nombre del propio Carmelo.
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