Publicado por Juan Ramón Rallo, en Libertad Digital.

"La historia es en general un mal laboratorio para tratar de comprobar la solidez de las teorías económicas. Los hechos sólo nos hablan de lo que pasó pero no de lo que habría pasado en caso de que las decisiones políticas hubiesen sido otras.

Uno de los grandes debates en el pensamiento económico del último siglo es si la Reserva Federal causó la Gran Depresión en la década de los 30 por no haber expandido lo suficiente la oferta monetaria, tal y como defendía Milton Friedman. Atendiendo a la historia, lo único incontestable es que la política de la Fed no evitó la crisis, pero de ahí no se colige que la hubiese podido evitar con otro tipo de política.

Friedman sostenía que sí: otra política de la Fed habría evitado la contracción crediticia por dos motivos esenciales: a) un crédito más barato por parte de la Reserva Federal necesariamente se habría traducido en una mayor demanda de crédito por parte de los bancos y los particulares y b) esa mayor demanda de crédito se habría traducido también necesariamente en nuevas inversiones por parte de los agentes económicos.

El gran teórico monetario Melchior Palyi, sin embargo, se mostró en radical desacuerdo con el estadounidense. Palyi se quejaba con amargura de la estrechez de miras de los monetaristas cuando suponían que cualquier incremento de la oferta monetaria se iba a traducir automática y mecánicamente en un incremento de los préstamos de los bancos:

"La teoría (monetarista) toma por seguro que siempre hay personas solventes dispuestas a asumir nuevas deudas. ¿Pero es cierto que siempre las hay? ¿Y qué sucede si tanto los bancos como los potenciales deudores toman los nuevos fondos no para invertir y gastar sino para refinanciar sus deudas y mejorar su liquidez? Esto es precisamente lo que sucedió durante la Gran Depresión".

Dicho de otra manera, Palyi ponía en duda las dos hipótesis de Friedman: a) por mucho que se bajen los tipos de interés, la demanda de crédito no tiene por qué aumentar (los keynesianos llaman a esto "trampa de la liquidez", sin entender demasiado en qué consiste) y b) el nuevo crédito en todo caso se utilizará para refinanciar el antiguo crédito y no para acometer nuevas inversiones.

Observando la Gran Depresión, es complicado dilucidar quién de los dos acertó: Friedman siempre se escudó en señalar que la Fed no actuó con suficiente contundencia, aunque expandió el crédito no lo expandió lo suficiente. No obstante, la verdad es que el propio Friedman recoge en su obra Una historia monetaria de los Estados Unidos algunos datos que le deberían haber movido a la reflexión: las rebajas de tipos de interés de la Fed siempre fueron seguidas de reducciones en la demanda privada de crédito y sus incrementos de la oferta monetaria se tradujeron en un mayor atesoramiento por parte de los bancos privados.

Aún así, podemos conceder que la polémica entre Friedman y Palyi no pudo resolverse observando la década de los 30 debido a que la Fed no hizo caso a Friedman. Sin embargo, esta nueva Gran Depresión nos ofrece la oportunidad perfecta para revisar las tesis de Friedman: al fin y al cabo, Bernanke es un declarado friedmanita que ha actuado en todo momento como habría prescrito su maestro.

Pues bien, con los datos en la mano, la crisis actual le está dando completamente la razón a Palyi y se la está quitando a Friedman.

Los últimos datos del Flow of Funds estadounidense (la estadística trimestral que mide el endeudamiento del país) han resultado devastadores para las tesis del estadounidense. Pese a que ya llevamos medio año con unos tipos de interés cercanos al 0%, el endeudamiento privado de las familias se reduce un 1,1%, el de las empresas un 0,3% y el de los bancos un 10,5%. El único sector que se está aprovechando del dinero barato es el único que no se debería estar aprovechando: el Gobierno federal, que en apenas un trimestre ha incrementado su endeudamiento un 22,6%.

Por consiguiente, en este punto tiene claramente razón Palyi: mientras la economía no se reestructure (amortizaciones de deuda, liquidación de stocks, incremento del ahorro, ajustes de precios...), la política monetaria no favorece en absoluto el crecimiento y la recuperación (más bien la lastra, ya que facilita el endeudamiento público).

¿Y qué sucede con el segundo punto de la disputa entre Palyi y Friedman? Pues aunque Bernanke ha multiplicado casi por tres la cantidad de dinero, los bancos han comenzado a atesorarlo con intensidad, hasta el punto de que sus depósitos apenas han aumentado (y ciertamente no habrían aumentado nada de no ser por el fuerte endeudamiento público). De nuevo, por tanto, Palyi tenía razón: los bancos centrales no tienen una capacidad absoluta para reactivar el crédito privado. Tan o más importante que la oferta de crédito es su demanda.

Entonces, ¿para qué ha servido, en definitiva, la política friedmanita de Bernanke? Sólo para incentivar y abaratar el endeudamiento público de Obama a costa del sector privado. Por consiguiente, ha sido útil para dilapidar los ahorros de los estadounidenses, rescatar a sectores ruinosos (véase General Motors) y tratar de sostener los precios: el cóctel ideal para retrasar todo lo posible la recuperación.

¡Si tan sólo los economistas hubiesen adorado menos a Keynes y Friedman y hubiesen leído (y comprendido) más a Mises, Hayek o Palyi!".

O como dicen que diría Murray Rothbard : "Milton Friedman es excelente en todo menos en lo relacionado con la moneda, por eso se concentra en esta".

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