Historias de mi abuelo ..., contadas por mi abuela.

Mi abuelo se marchó del pueblo, y vino a Madrid, a los once años.

Al principio, según me han contado siempre, trabajaba por el "sustento" y dormía encima de los sacos de harina.

Luego, durante la República, ya con cierta "maestría" en su oficio, empezó a "rondar" a mi abuela, una "modistilla" con categoría de "encargada" en "casas de Alta Costura", "siguiéndola" durante unos días en su camino del trabajo a casa y "parándose" delante de su ventana, hasta que empezaron a "hablar".

Durante la Guerra fue "reclutado" y destinado a la defensa del frente de la Ciudad Universitaria como "panadero" y, ya "felizmente casado" ( hoy diríamos que "arejuntado" ) con mi abuela, debido a que esta y su familia habían perdido la casa en un bombardeo y tenido por tanto que refugiarse en el Metro, me cuentan que solía de continuo atravesar de punta a punta la ciudad de Madrid, incluso jugándose la vida a través de las lineas enemigas, para llevarle a su esposa unas raciones de pan.

Así, seguro que por las calamidades de la guerra, vio perder a su mujer el hijo varón que estaban esperando, aunque luego en la postguerra nacerían mi madre y mis tías.

En los denominados "Años del Hambre", el oficio de pastelero de mi abuelo parecía destinado a desaparecer y de hecho las principales materias primas debían ser conseguidas en el mercado negro.

Así, era frecuente que tras haber logrado reunir una cierta cantidad de dinero y haberla invertido en harina y otros materiales, llegaran "los del fisco" y lo requisaran todo.

Pero al fin pasaron esos años y, ya establecidos en Villaverde Alto, tras una serie de "fracasasas" experiencias empresariales en el centro de la capital, más por las cargas familiares de mi abuelo y su poco espíritu comercial ( "¡ Vamos, que de tan bueno que era, era tonto !" ) que por lo acertado de aquellos negocios, consiguió tras largas jornadas de trabajo una cierta solvencia económica, o al menos así se lo parecía a mi madre.

De todos modos, aunque a distancia ya de los amigos y familiares "chupasangres" de mi abuelo, la vida en aquel Villaverde "pueblo" no fue fácil, y así recuerdan mi madre y mis tías lo pronto que las despertaban y lo tarde que se acostaban y como comían en la propia tienda, y como todo se hacia a mano, sin maquinas, desde el amasado de la bollería a la preparación de cajas de cartón para bombones, pastas o bizcochos.

Pero, bueno, fueron progresando y, con el tiempo, y aunque el resto de la semana siguiera con sus largas jornadas de sol a sol, mi abuelo empezó a "librar" los miércoles por la tarde y a acercarse a Atocha, al antiguo hotel "Nacional", para ajustar cuentas con unos clientes a los que suministraba "género" por medio de los conductores del precario servicio de autobuses de entonces y, también, para "borbonear" como buen "ciudadano de la villa y corte" que era ( "¡ No sabéis cuanto he tenido que sufrir !", repetía mi abuela en sus últimos años ).

Así, vio casar a las hijas, salvo a la más pequeña, y, gracias a sus esfuerzos y a los de mi abuela, que durante unos años abrió una tiendecita de ropa para niños ( confecionada por ella misma ) para "con lo que sacara" darles a sus hijas "el ajuar y la dote" que ella no tuvo, les pudo dejar a cada una un piso en propiedad, algo que ellos no habían conseguido tener hasta casi ese momento.

Pero poco pudo disfrutar su nueva situación, ya que con los sesenta y cinco años recién cumplidos y, a las seis y media de la mañana, cuando se estaba arreglando en el cuarto de baño para bajar a abrir el obrador como todos los días, murió de un infarto, encontrándole su mujer y su hija pequeña, sobresaltadas por el ruido de la caída, con el peine aún agarrado en la mano.

A los pocos meses se casó su hija menor, que por respeto "no lo celebró", con el que es mi "padrino", y que más de treinta años después, hace unos días, ha sido abuela por segunda vez.

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