Nos quedan los cuadros de Ripollés.

Todo empezó con aquella invitación que nos hizo mi amigo Pedro ( y que yo entonces ni entendí ni atendí ) a la presentación en Benidorm de la precandidatura de un por entonces casi desconocido Eduardo Zaplana.

Luego fue lo de los veranos de los Aznar en Oropesa.

Y, enseguida, lo de aquellas paellas con las que agasajaba la familia Soriano a sus invitados, y que Sonia y los niños disfrutaron ( y yo, pues no ).

Y de allí me llegaban por esto algunas anécdotas.

Y supe de Francisco Camps, de Ricardo Costa, de Carlos Fabra, de ...

Sí, supe antes de ellos lo mucho o poco que comían y bebían, o lo bien o lo mal que en grupo se relacionaban o confundían, que de si en lo de la política acertaban o se torcían.

Y a casa llegaron un día un par de extraños cuadros, de ser de un tal Ripollés presumían.

Y supe que también los Aznar alguno tenían, y en El Retiro una exposición con el tiempo la alcaldesa Botella inauguraría.

Y desde allí llegó una oferta :

- "¡ Si se vienen ustedes les monto aquí en medio de un naranjal una pastelería !".

Pero no, no nos decidimos y el asunto se olvidó.

Y, luego, ya saben, lo de los trajes, lo del aeropuerto, y lo del monumento de Ripollés que por el viento se tumbó y pareció una alegoría.

Y no quedó uno.

Dimitieron por corrupción el presidente, el secretario general y los presidentes provinciales del partido y de las tres diputaciones provinciales, y también el Blasco y el Cotino.

Y la alcaldesa de Alicante dio la nota, y también la de la televisión autonómica, y tampoco se quedaron cortos en cantidad de ayuntamientos.

Y lo peor lo de Rita, pues la conocimos casi vistiendo minifalda y se nos va haciendo el papelón de pobre abuelita.

Pues eso, que nos hemos ganado hasta la última de las ostias que nos hemos llevado, y lo que hay que hacer ahora es aceptarlo, remangarse y empezar a recuperar aquello que nos hizo marcar la diferencia en su día.

Y, bueno, sí, conservamos los cuadros y con el tiempo nos han ido gustando.