Sí, quizá ha sido el mayor logro.
Por primera vez el afiliado ha sabido de la importancia de su condición.
Y también de la servidumbre del mandatario, ya sea concejal o senador.
Ya digo, para el militante fue un reencuentro y, por eso, una fiesta.
Pero para el dirigente se convirtió en un suplicio y una desesperación.
Y así, ahora, que nadie presuma.
Que aquí no han hecho otra cosa que despertar a las hienas.
Y eso, ya se lo digo yo, no gusta en Génova.